Asegura Guillermo Penso (Caracas, Venezuela, 1982) que él —en un principio— no quería hacer un museo porque hay mejores espacios para exponer arte que una bodega, pero por fortuna cambió de idea y hoy el director general de Otazu presta sus piezas a instituciones como el Reina Sofía. «Primero fue el vino. Más tarde el viñedo se convirtió en la excusa perfecta para integrar el arte en un espacio diferente», apunta el único mecenas español que marida el fruto de las uvas con la obra de un buen puñado de mentes realmente privilegiadas.
Un pequeño MoMA entre parras. Eso es Otazu, una bodega que lleva a otro nivel la colaboración artística. Ubicada a 15 kilómetros de Pamplona y enmarcada entre las sierras del Perdón y la de Etxauri, este paraje histórico —cuyo origen vinícola se remonta a 1840— es hoy un templo del vino y una galería de arte contemporáneo que cuenta con lo último en tecnología vitivinícola y grandes obras de prestigiosos artistas internacionales. Esta es su historia.
Antoni Tàpies, Manolo Millares, José Guerrero y otros grandes de los 60 y 70 se sumaron en una primera etapa. Heimo Zobernig, Thomas Scheibitz, Bernard Frieze, Rashid Johnson, Juan Uslé o Philippe Decrauzat poco después. El siglo XXI comenzó con varios de los contemporáneos que lo están construyendo: Ignasi Aballí, Isaac Julien, Wolfgang Tillmans, Alfredo Jaar o Emmanuel Van Der Auwera. Y en una época más reciente, artistas jóvenes e iberoamericanos que trabajan en la frontera del arte conceptual y el activismo político, como Daniela Libertad, Héctor Zamora, Ximena Labra, Lucas Simões, Arturo Hernández Alcázar, Bruno Kurru, Nicolás Robbio, Fabio Morais, Ignacio Gatica, Nazareno Luciani, Marilá Dardot o Asier Mendizabal. Y así hasta llegar a las más de setecientas piezas que construyen la narrativa de la Colección Fundación Otazu.
La culpa de que la bodega se convirtiera finalmente en un museo es del propio Guillermo Penso, o puede que de sus padres. Las visitas en familia a exposiciones y galerías han estado presentes en su vida desde muy niño.
«El amor que mis padres sentían y siguen sintiendo por el arte es realmente contagioso»
Sea como fuere, su pasión por el arte se materializó en 2016 con la creación de la Fundación Otazu, el único espacio en España que combina arte, cultura y vino, premisa que ha destacado la Fundación ARCO al otorgarle este año el Premio «A» al Coleccionismo por el fuerte compromiso que mantiene con el arte y su esfuerzo por dar visibilidad al talento artístico emergente y consagrado. Una búsqueda que no cesa.

¿En qué momento se fusionaron las vocaciones del vino y el arte en Guillermo Penso?
A pesar de que el viñedo se recuperó en 1989, mi familia ya estaba vinculada al mundo del arte desde mucho antes. A una escala más modesta, por supuesto, pero el gusto, la sensibilidad y el interés ya estaban ahí.
«El paso fundamental fue cuando decidimos que el arte entrara en la etiqueta de las botellas»
Eso sucedió hace diez años, en 2010, y la pieza elegida para protagonizar la etiqueta de aquel Otazu fue la cabeza de Ariadna, de Manolo Valdés, una obra que hoy da la bienvenida a la bodega y que se ha convertido en la imagen de nuestros vinos más reconocidos.

¿Qué prima más en Otazu: el vino como arte o el arte de hacer vino?
Siempre digo que más que una bodega tenemos un proyecto, y dentro de ese proyecto caben diferentes aristas. El señorío donde está situada la bodega tiene casi mil años de historia, el pueblo medieval todavía sigue estando habitado y, por supuesto, hacemos vino y para ello tenemos a mano todo lo necesario. Pero luego hay otra vía que es la más singular, la del arte, una parte fundamental del proyecto que, además, comparte mucho con el vino.
«Arte y vino son dos formas de expresión cultural, dos homenajes a la creatividad humana. El proceso y la lógica interna de ambas disciplinas es la misma»
La labor del artista y la del enólogo a la hora de lograr un producto que sorprenda es muy similar. Y luego tenemos al consumidor final, que bien podría ser el mismo para ambas disciplinas, porque la persona que sabe valorar un buen vino es un coleccionista en potencia.
¿Con qué finalidad nace la Fundación Otazu?
Su primera vocación es la de tender puentes entre el arte y el vino para crear un diálogo, y lo hace con el compromiso de fomentar la creación de espacios de encuentro entre diferentes disciplinas. Desarrollamos actividades y proyectos como ArtWeekend o nuestra Bienal.
«Cada dos años invitamos a cuatro artistas consagrados a hacer una propuesta de una obra monumental que se adecúe y pase a formar parte del paisaje de nuestro viñedo»
De estos cuatro proyectos, un jurado de excepción —en el que contamos con personalidades del mundo del arte como, por ejemplo, Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía— elige un ganador y su obra se adapta a una de nuestras etiquetas. Estas colaboraciones suponen un impacto directo tanto en el vino como en el arte.

¿El vino Vitral sería entonces el culmen de esa fusión entre arte y vino?
Por su visión y escala, Vitral es, sin duda, la forma más elaborada de colaboración artística que hemos desarrollado. Yo no quería tener simplemente cuadros colgados en la pared de la bodega, sino hacer una integración real de los valores de ambos mundos. La alianza entre Bodega Otazu y el artista venezolano Carlos Cruz-Diez representa perfectamente esa filosofía.
«La etiqueta de Vitral es, en sí misma, todo un desafío. Hablamos de un proyecto artístico por el que, coleccionando las botellas que irán saliendo a lo largo de treinta años, se llegará a tener la pieza completa ideada por Cruz-Diez»
La pieza final de este proyecto no verá la luz hasta 2042, siguiendo las instrucciones, los planos y los diseños dejados por Carlos, uno de los máximos representantes del arte cinético a nivel mundial que, tristemente, falleció el año pasado.
¿Cuidas el arte con el mismo mimo que cuidas el vino?
Sí, hay que ser coherentes. Aquí, arte y viñedo tienen que recibir el mismo cariño y el mismo trato excelente. No tiene sentido contar con la mejor colección de arte y ofrecer vinos de supermercado. No me llevo bien con las incoherencias, como las que estamos viendo, por ejemplo, en política.
«Lo bonito de lo que hacemos en Otazu es que el vino está a la altura del arte y viceversa. Tenemos obras a la altura de los grandes museos y vinos premiados internacionalmente entre los mejores del mundo»
Con una mente tan activa como la tuya no te imaginamos quedándote parado durante el confinamiento.
Al contrario, la pandemia me ha brindado un tiempo muy valioso para darle vueltas a ideas que hasta ahora no había podido madurar, y de ese encierro obligado han salido por lo menos dos proyectos muy interesantes. Uno de ellos tiene que ver con las residencias de artistas.
«Queremos dar la oportunidad a jóvenes artistas para que instalen su taller durante un mes en la bodega y puedan inspirarse, investigar y desarrollar nuevas obras sin tener que preocuparse por nada más»
Es un paso muy importante para la Fundación Otazu dentro de una visión global de mecenazgo. Se trata de llevar a los artistas a otro contexto y ofrecerles nuevas herramientas y posibilidades. Para nosotros, trabajar de cerca con ellos es algo que nos ha gustado siempre mucho.

Esta ha sido la parte positiva de la pandemia, pero ¿en qué os ha afectado negativamente?
Tendríamos que hablar del perjuicio económico, que no es poca cosa. Cuando todo termine y España aumente considerablemente el número de parados y las economías de las familias no se sostengan, las prioridades cambiarán. Y entonces la pandemia afectará al vino y al arte, porque estas dos realidades están en la parte alta de la pirámide.
«Como pasa con todas las crisis, los segmentos medios se destruyen y tanto el vino como el arte se volverán más exclusivos e inaccesibles y su público será aún más reducido»
¿Estáis preparados para el cambio?
Lo estamos porque hace ocho años tomamos una decisión muy drástica: Otazu debía ser una empresa global, teníamos que esforzarnos en ser internacionales. Durante muchos años gastamos más dinero en viajes y hoteles que lo que recuperábamos vendiendo vino. Hacíamos un viaje y vendíamos un palé.
«Pero eso nos hizo fuertes y gracias a ello la crisis derivada de la pandemia en España nos coge ahora con exportaciones en cuarenta y tres países. Ventajas de haber diversificado el riesgo»
¿Cómo crees que acabará todo esto? ¿Aprendiendo o desaprendiendo?
Todo el mundo está muy centrado en la parte metafísica de cómo hemos cambiado, de cómo será el después o cuándo volveremos a la normalidad, o si la raza humana ha sabido hacer frente a un enemigo común…
«Yo soy mucho más pragmático y creo que tenemos muy poca memoria histórica. Cuando todo esto pase, cuando haya una vacuna y un tratamiento, todos volveremos a la normalidad. Con la diferencia de que habrá doscientos o tres millones de personas más muy pobres en el mundo, lo cual va a cambiar el tejido social de los países, empezando por España, y traerá problemas sociales y políticos»

Esto es lo que más temo, más allá de que no volvamos a abrazarnos nunca más. Volveremos a los mismos patrones de vida de antes, pero la nueva realidad económica —cuando se controle la pandemia— está llamada a cambiar nuestro día a día y nuestra estabilidad política y social. Ojalá que todo esto no fuera cierto.