[Entrevista publicada originalmente el 23.06.2020]
Podemos afirmar que Pablo Simón (Arnedo, La Rioja, 1985) pertenece a la elite de las estrellas discretas, esas que solo hacen acto de presencia cuando hay que compartir reflexiones brillantes. En este mundo nuestro tan saturado de contertulios resabidos o simplemente entrenados en el detestable arte de malmeter, encontrarse con una mente tan privilegiada y veloz como la suya es más que un lujo (siempre hemos creído que el lujo es hablar con personas inteligentes, no escribir sobre bolsos de más de tres mil euros). Y decimos que es rápido no porque las reflexiones de este politólogo convencido —profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y colaborador habitual de medios como El País, La Sexta o la Cadena SER— se concatenen a la velocidad de la luz, si no porque el lapso transcurrido entre que solicitamos esta entrevista y la tuvimos hecha fue, exactamente, de 29 minutos. Ahora o nunca.
¿Quién tiene la culpa del presente repunte de las dos Españas: los políticos, la ignorancia, la sangre caliente o todo el conjunto?
Es cierto que la polarización en España, entendida como el incremento de las rivalidades políticas y la tribalización de las relaciones entre votantes y partidos —en las que el que tienes en frente deja de ser adversario para convertirse en enemigo—, no es algo ni nuevo, ni bueno. Lo hemos vivido en diferentes periodos de nuestra historia reciente y, sí, ha ido in crescendo desde 2004. La anterior crisis económica tuvo mucho que ver en el repunte de esa polarización porque trajo consigo una fragmentación parlamentaria que dio pie a la aparición de partidos cada vez más extremos que no han dejado de radicalizarse a lo largo de la última década.
En este país se han hecho escraches a políticos, se les ha perseguido, cuando la derecha gobernaba; pero también vemos que ha ocurrido lo mismo con la izquierda en el poder. También hemos visto cómo se rodeaba el Parlamento en varias ocasiones negando la legitimad del Gobierno; tenemos un partido con representación parlamentaria como Vox, que es el tercero del país, que niega la legitimidad del actual Gobierno.
«La crispación no es algo nuevo y no es exclusiva de la derecha o de la izquierda. Según quien esté en el poder cambia un poco la letra, pero la música sigue siendo la misma»
Somos uno de los países más polarizados de Europa, si no el que más. La polarización lleva tiempo entre nosotros y no va a desvanecerse, cambian los argumentos, pero el enfrentamiento y negar la legitimidad del que tienes en frente van a seguir entre nosotros.
Tenemos Gobierno desde el 6 de enero. ¿Qué habría pasado si la pandemia nos hubiese pillado en pañales?
Pues lo mismo que ha ocurrido en Israel o en Bélgica, que se habría tenido que formar. En Bélgica se le atribuyeron poderes especiales a la Primera Ministra en funciones, de sesgo liberal, para poder lidiar con la pandemia; y en Israel se llegó a un acuerdo entre los dos principales partidos para crear una especie de gobierno de concentración tras tres convocatorias electorales infructuosas. Quiero pensar que aquí se habría formado un gobierno estable y cohesionado en torno a los principales partidos. Creo que se habría desbloqueado rápidamente la situación, porque un gobierno en funciones no habría podido decretar el estado de alarma. La presión habría sido insostenible.

Centrándonos en la gestión de esta crisis: ¿la derecha lo habría hecho mejor? «La derecha no lo habría hecho diferente. No sé si mejor o peor, pero las políticas que se tuvieron que decretar para hacer frente a la pandemia son las que son. De hecho, no ha habido división de pareceres en torno a estas políticas»
Hubo que limitar la movilidad al máximo, confinar a la población, impedir los desplazamientos internos, cerrar fronteras, comprar stocks sanitarios para tratar de evitar la saturación de nuestro sistema de sanidad, etcétera. Las políticas fueron las que tenían que ser, no había alternativas; otra cosa fue cómo Reino Unido optó por la estrategia de inmunidad de rebaño o cómo Estados Unidos o Brasil minusvaloraron el problema.
¿La derecha se habría anticipado más que la izquierda a la hora de tomar la decisión del confinamiento?
Pues tengo muchas dudas, y no por nada. A la hora de la verdad, el jefe del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón —que fue colocado ahí por la popular Ana Pastor cuando era Ministra de Sanidad—, era el encargado de dar las señales de alarma o no. También creo que hay un doble factor que habría afectado a cualquier gobierno, de derechas o de izquierdas. Por un lado, en Europa todo el mundo pensaba que no podría pasar algo así, la población estaba muy poco alarmada; las encuestas de la semana anterior al estado de alarma señalaban que casi un 48 por ciento de los españoles pensaban que se estaba exagerando con el coronavirus, que no era más que otra gripe. Esto, obviamente, implicaba a la opinión pública y a los líderes.
«Para tratar de contener la expansión del virus ha habido que hacer algo que no tiene precedentes en la Historia de la Humanidad: confinar a toda la población, con los consiguientes y enormes costes sociales y económicos. ¿Cómo le justificas a la gente que se tiene que quedar encerrada en casa? ¿Y cómo le explicas que vamos a entrar en una crisis económica autoinducida?»
Nada de esto se puede llevar a cabo hasta que la población no empiece a sufrir algo de daño. La gente nunca escarmienta en cabeza ajena. Todos los países de Europa, absolutamente todos, confinan a sus poblaciones en el intervalo que va entre el 9 y el 21 de marzo. Todos lo hacen con cierto retraso. Todos. España tuvo su 8M, que se supone que fue el gran símbolo de haber llegado tarde; pero, por ejemplo, los franceses tuvieron la primera vuelta de sus elecciones municipales. Toda Europa llegó tarde. Luego estarían los casos concretos y las responsabilidades de cada uno. Entonces, ¿por qué después del 8M todavía estuvimos seis días más —hasta el sábado 14— sin estado de alarma? Porque nadie lo tenía claro del todo. Confinar a todo un país es muy fácil de decir pero muy difícil de hacer porque conlleva un coste muy alto. Siempre te van a criticar: por confinar demasiado tarde o por desconfinar demasiado lento.
¿La presente crisis económica va a significar la hecatombe de nuestro modelo de sociedad?
Lo que sabemos seguro es que la crisis ya está aquí. Y es lógico porque ha caído el PIB desde que nos encerramos en nuestras casas y dejamos de consumir. Este año, independientemente de cómo vaya el verano, se esperan caídas del 9 por ciento del PIB, que es como caer en seis meses lo que caímos en dos años en la crisis de 2008. Hablamos de una caída muy importante, muy severa, muy brusca. También sabemos que ahora a los gobiernos les toca endeudarse. En la media lo posible, nuestro Gobierno tiene que garantizar que la gente siga disponiendo de ingresos para consumir, que las empresas no quiebren o que las deudas se puedan subrogar para acabar cobrándolas.
«Todo esto equivale a una parada de corazón, dejamos de latir voluntariamente. Lo que hay que hacer ahora es garantizar que la sangre vuelva a irrigar a todo el cuerpo»
Y esta sangre solo puede ser la del sector público, es el único sector del que se puede tirar ahora. Objetivamente, no se ha roto nada de la economía: no se ha caído el sistema financiero, no ha pinchado una burbuja inmobiliaria, no hemos tenido un problema ligado a tipos de interés… En el fondo, lo que ha ocurrido es que —y no es poco— hemos parado toda la actividad económica y ahora hay que volver a poner el motor en marcha. No es un proceso inmediato.
Lo importante ahora es saber a qué ritmo nos vamos a recuperar, porque unos países van a ir más rápidos y otros más lentos. ¿España? Pues no toca ir mucho más lentos. Nuestra estructura productiva está demasiado basada en el turismo y el turismo no va a volver inmediatamente. Y todo esto generará un incremento enorme de las desigualdades: no todos los trabajadores están situados en sectores productivos o pueden teletrabajar fácilmente. Jóvenes (menores de 35 años), mujeres, inmigrantes… colectivos que ya eran muy vulnerables son los que más van a sufrir esta crisis. Es una crisis global, pero la recuperación va a ir por barrios.
Entonces, ¿nos toca la peor parte?
Nuestra recuperación pasa por el campo de batalla europeo. La Unión Europea ha establecido tres vías distintas para aguantar la economía. La primera es un doble paquete de inyecciones económicas (750.000 y 650.000 millones de euros) para estados y empresas que necesiten endeudarse. Un aplauso para Christine Lagarde. La segunda será la combinación del antiguo fondo para rescatar países de la Unión Europea —el de la troika— con otros dos nuevos fondos para financiar ertes; entre los tres van a sumar medio billón de euros, 500.000 millones de euros destinados a financiar el gasto sanitario de los países miembro que lo soliciten. Y, por último, habrá un tercer paquete de fondos —que como muy pronto se aprobará en septiembre— para el proceso de recuperación.
Todo esto suma muchos miles de millones. Dos terceras partes van a ir en plan: yo te lo doy y te lo gastas, dinero directo, no te endeudes. El resto sí irá en forma de créditos. Todo este dinero lo va a gestionar la Comisión Europea que ha tomado la decisión de endeudarse, como si fuera un gobierno. A España, en cuanto a transferencias directas, se calcula que le van a tocar unos 75.000 millones de euros. Nos van a ayudar más porque nos hace más falta. Cuanto antes se recupere España mucho mejor le irá a Alemania. Pero no todo va a ser tan fácil, va a ser una ayuda condicionada: hay que presentar un plan que explique bien en qué se va a gastar todo ese dinero. Hay que destinarlo a inversiones productivas, no a construir un polideportivo en Cuzcurrita de Río Tirón. Es dinero dirigido a un cambio de nuestro modelo productivo, a algo que nos haga menos dependientes de, por ejemplo, el turismo.

¿Por qué te hiciste politólogo? «Siempre me han gustado los libros de historia, sobre todo los de historia política. Me interesaba mucho la época del Renacimiento y, por casualidad, cayó en mis manos ‘El Príncipe’, de Maquiavelo. Una cosa fue llevando a la otra hasta que me vi dentro. Hice Ciencias Políticas y de la Administración y me doctoré en Ciencias Políticas»
¿Soñabas con ser comentarista en televisión o en radio?
¡Qué va! Me gustaba escribir análisis políticos, sobre todo en blogs como Politikón, donde decimos sacar un libro entre todos los compañeros cuando explotó el sistema de partidos, cuando surgió Podemos. Estaban pasando muchas cosas en la política española y había una especie de demanda de voces nuevas en los medios de comunicación. Me invitaron una vez para ir a la Cadena SER y así entré en el circuito. Fue por casualidad.
¿Y cómo es Pablo Simón en versión profesor universitario?
Tengo una relación muy buena con mis alumnos. Ahora me toca impartir Fundamentos de Ciencia Política a los de primero y yo creo que se lo pasan bien. Son universitarios, gente interesada por su carrera que viene con ganas. Aunque sí es cierto que vienen un poco verdes, pero es normal. Para llegar Ciencias Políticas hay que tener cierto empuje autodidacta.
En alguna ocasión has dicho que ser politólogo es como ser un pornógrafo, ¿a qué te refieres?
A que la obligación de un politólogo es desnudar, ver lo que hay debajo de las decisiones que se toman, de los discursos que realizan… Hay que separar el grano de la paja, apartar la hojarasca y ver qué corre por el fondo.
«Creo, humildemente, que los politólogos hacemos una contribución valiosa a la sociedad. Ayudamos a ver por dónde van los tiros»
¿Ha aumentado el porcentaje de ignorantes en España? Se han oído tantas barbaridades en estos tres meses que da esa impresión.
Intento ser indulgente. Es cierto que, si miras la política de una forma idealizada, puedes llegar a pensar que ha habido una caída de nivel, pero también es verdad que ahora estamos mucho más formados y somos mucho más críticos con la clase política. Ser político ya no es tan atractivo como antes, la gente con talento prefiere cualquier profesión antes que la de político. Deberíamos reflexionar sobre esto: ¿por qué la gente ya no tiene vocación de servicio público?
Y también hay una cierta espectacularización en la que los políticos tienen que competir duramente para captar la atención del público, conseguir seguidores por la vía que sea. La política se ha transformado en una especie producto cultural sobre el que se puede opinar, como si se trata de una serie de televisión. No creo que haya más o menos ignorantes que antes, lo que pasa es que ahora los tontos tienen un cascabel.
«Ahora, como tenemos Twitter, la estupidez es más visible. Pero contamos con el mismo número de idiotas de siempre, los que pasa es que antes farfullaban delante de un carajillo en un bar mientras leían el periódico y ahora lo hacen en las redes sociales»